lunes, 14 de julio de 2014

Tours Castilla y León


Este domingo bajé a caminar por la tarde temprano a la playa. Mi playa. Vuestra playa. Y mientras dirigía mis ojos verdes a la línea del horizonte sentía como éstos se achicaban marcando lo que ahora se denominan “líneas de expresión” y siempre se han llamado arrugas en la piel. Pero en fin, chicos, qué le vamos a hacer si ya ni Dios llama a las cosas por su verdadero nombre.

Divisaba el corte de color del mar. Hasta los ciento y pocos metros, de un color más verde, porque es donde hay poco fondo y praderas de algas ornan las cuatro rocas que existen. A partir de ahí, como con una frontera trazada a tiralíneas, a la africana, el agua aparecía de un azul brillante y luminoso, haciendo que mi mirada se ensimismase en su serena enlace.

Y parecía que mis ojos quisiesen absorber ese azul intenso mudando el verde que atesoraban hasta ese momento. ¿Pero, y quién cojones puede Turismo Castilla y León un “blues” como suelo teniendo los ojos de color Paul Newman, que lo único a lo que aspiran es a seducir con un aleteo visual en vez de provocar con cálidas palabras a la orilla de un blog?

Decidí devolver al mar lo que era suyo, y quedarme con lo propio, con sus imperfecciones y con su belleza, con su intensidad y con su desvarío, con su fuerza y su flaqueza … pero en paz, sin robar colores a nada ni a nadie. Así pues, giré la cabeza, silbé a mi perro y emprendí un tranquilo retorno a casa.

La tarde era muy agradable, en torno a los 25 grados. Yo iba en pantalones de deporte, torso al aire, sin calores ni agobios, tostándome. El suave sol me acariciaba la piel y la liviana brisa me daba la sensación de mover por mi cuerpo una camisa de satinada seda que yo no llevaba. La impresión era de solitaria libertad, de placidez extraña. Yo era mi propio tiempo y transcurría sin sentirme, sin ataduras de ningún tipo, cabalgando sobre mi propio destino que parecía no llegar nunca.

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